Era un aspirante espiritual con mucha motivación, pero tenía una mente muy dispersa.
Tuvo noticias de un sobresaliente mentor y no dudó en desplazarse hasta donde vivía y decirle:
-Respetado Maestro, perdona que te moleste, pero mi gratitud sería enorme si pudieras proporcionarme un tema de meditación, puesto que tengo decidido retirarme al bosque durante unas semanas para meditar sin descanso.
-Me complace tu decisión. Ve al bosque y estate contigo mismo. Puedes meditar en todo aquello que quieras, excepto en monos. Trae lo que quieras a tu mente, pero no pienses en monos.
El discípulo se sintió muy contento, diciendo: “¡Qué fácil es el tema que me ha proporcionado el Maestro!; sí, realmente sencillo”.
Se retiró a un frondoso bosque y dispuso una cabaña para la meditación. Transcurrieron las semanas y el aspirante puso término al retiro. Regresó junto al mentor, y éste, nada más verlo, preguntó:
-¿Qué tal te ha ido?
Apesadumbrado, el aspirante repuso:
-Ha sido agotador. Traté incansablemente de pensar en algo que no fuesen monos, pero los monos iban y venían por mi mente sin poderlo evitar. En realidad, llegó un momento en que sólo pensaba en monos.
El Maestro le contestó:
– La mente es amiga y enemiga; es una mala dueña, pero una buena aliada. Por eso es necesario aprender a contener el pensamiento y poner la mente bajo el yugo de la voluntad.
Reflexión:
¿Por qué cuando anhelamos concentrarnos en una sola acción, basta sólo una inducción, para comenzar a obsesionarnos con ese distractor y olvidarnos por completo de nuestro propósito inicial?
Nuestra mente puede ser nuestra mejor aliada o nuestro peor enemigo. Todo depende de cómo se controle y de que forma se oriente.