Abrirnos a esta afirmación y comenzar a vivir con ella como eje rector de nuestro día a día; marca el camino para mantener relaciones de calidad con todas las personas que nos rodean, nos evita y nos aleja de conflictos y diferencias.
Tenemos la ilusión de que las demás personas son quienes nos causan los problemas o nos facilitan la vida; nos alegran o vuelven nuestra vida desdichada; amamos a los que nos hacen felices y evitamos a quienes no nos gustan… Sin embargo, todos ellos son nuestros espejos, y se nos presentan precisamente para mostrarnos nuestro interior, para que aprendamos a relacionarnos con nosotros mismos a partir de lo que cada uno de ellos nos causan.
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Si nos tomamos un momento para meditar, muy en lo profundo y con total honestidad, descubriremos que nos atraen las personas que poseen rasgos que quisiéramos en nosotros y cuando somos capaces de reconocerlos en los demás expresándolo abiertamente con nuestro corazón, es porque esas características ya son parte de nosotros también. Vemos la belleza de los otros y nos atraen cuando la reconocemos en nosotros.
De la misma forma, cuando evitamos a alguien porque nos molesta su comportamiento o actitud en realidad estamos evitando aceptar que esas actitudes forman parte de nosotros, están ocultas; las estamos negando de nosotros y lo que es negado persiste. Cuando no aceptamos a otros seres, es porque no hemos resuelto ese mismo rasgo de nosotros.
La realidad, es que por medio de los demás es como experimentamos lo que pensamos, lo que creemos y todo lo grabado de nuestro pasado.
Cuando aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos a través de la oportunidad de conocer lo que nos presentan las distintas relaciones; dejamos de utilizar las experiencias de los demás para sentirnos ofendidos y comenzamos a mirar al otro con los ojos del amor.
Las personas se presentan para mostrarnos lo que creemos y, de cierta manera, hasta reforzar esa creencia. Aunque parezca que son cosas de ellos, en realidad aunque no lo aceptamos tiene que ver con nuestro mundo interior, con lo que tenemos en nuestra mente y con nuestro repertorio de recuerdos y experiencias. Atraemos hacia nosotros las cualidades y defectos que han permanecido dentro.
Si somos temerosos y siempre estamos precavidos en nuestras relaciones es por falta de confianza en nosotros mismos; tenderemos a no creer en lo que nos demuestran, a manipular esa experiencia y llevarla a nuestro modo sin ver la realidad, en una visión limitada sin crear expectativas, es una respuesta a la inseguridad que hemos acarreado en nuestra vida, por el miedo y posiblemente nos abandonen; este tipo de relaciones será superada cuando miremos hacia nuestro interior y nos demos cuenta que sistema de creencias hemos adoptado y cuál es la relación con nosotros mismos.
El cambio no le corresponde al otro, pues si nosotros no aprendemos de nuestras lecciones y profundizamos en ellas, podremos tener muchas nuevas relaciones pero tarde o temprano volveremos a actuar del mismo modo, atrayendo resultados similares a lo que queremos evitar.
Generalmente buscamos en las relaciones la felicidad, el amor y la paz; y vamos por la vida etiquetando a las personas según el resultado que dejó su paso en nuestra vida; pueden ser actitudes de las personas, o el modo de vestir o el estilo de vida que lleva, o la manera en que lleva su casa, a sus hijos, etc.; cualquiera puede ser el detonante de algo que necesitamos resolver en nuestro interior y despertar a la realidad de que todo lo que me guste o disguste en los demás no tiene que ver con ellos sino con uno mismo.
A través del espejo de las relaciones podemos ampliar nuestra conciencia. Una mala relación es una magnífica oportunidad para conocernos, trabajar la aceptación, el perdón y el amor propios; ya que siempre recibimos de vuelta lo que damos; sea de manera evidente o en cubierta.
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Una maravillosa relación de amor es sinónimo de equilibrio, de aceptación y amor por nosotros mismos.
Lo que sale de ti; irremediablemente vuelve a ti; pero si creemos que no somos merecedores eso es lo que recibiremos.
Olvidamos que somos parte de la fuente creadora y contamos con las mismas cualidades que ella; sin embargo, colocamos en el exterior nuestras aparentes necesidades pretendiendo responsabilizar a los demás de nuestras carencias, frustraciones y problemas. Nos volvemos vulnerables y el no encontrar satisfacción alguna se vuelve una realidad.
Reconocer desde el corazón que la naturaleza del universo depende en sí de la coexistencia de los opuestos es parte importante del proceso; puesto que no puede existir la alegría en nosotros si no conocemos la tristeza; no existiría la valentía si tampoco tuviéramos la cobardía. Cuando nos aceptamos y aceptamos a los otros completos, con sus rasgos positivos y negativos; no nos sentimos juzgados ni juzgamos a los demás.
El arte de notar cuando proyectamos en los demás nuestros temores o preocupaciones y reconocer que lo que nos molesta no es precisamente lo que ocurre realmente, sino los recuerdos que pasan por nuestra mente actuamos en base a ellos. Para romper con todas esa barreras es preciso seguir el camino del autoconocimiento y el sendero para comenzar a vaciarnos de las historias que cargamos, reencontrarnos con ese poder creador y reconocer que la atención y la intención son los propulsores de la transformación.
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Comenzamos a descubrir y comprobar que aquello en lo que ponemos nuestra atención existe, y aquello donde quitamos nuestra atención, desaparece de todo lo que nos rodea.
Estar presentes en todo momento, tomar las cosas como vienen tal cual son, sin necesidad de tomarlo todo a título personal trayendo recuerdos del pasado, dejar de ofendernos por la vida de los demás, soltar la idea de querer cambiar al prójimo por “su bien” y sobre todo, amarnos y aceptarnos, son los primeros pasos para comenzar a notar el cambio.
Todo cambio que deseamos ver fuera, debemos cambiarlo dentro de nosotros primero. ¡Y es maravilloso!
Hermoso!!
MUY BUEN ARTICULO,FELICIDADES