Se acepta generalmente entre los pensadores que uno de los mayores problemas que enfrenta hoy el planeta es el de compartir correctamente los recursos de la Tierra. La gravedad del tema, más la inexperiencia de la humanidad al tratar los problemas globales, conspiran contra nosotros al punto de agobiarnos cuando nos enfrentamos con las grandes necesidades que persisten en el mundo: alimento, vivienda, educación, salud, la libertad de expresión y los recursos energéticos, entre otros.
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A veces ayuda a clarificar nuestra comprensión, sobre las necesidades y sus soluciones, mirar el asunto desde un punto de vista más elevado que el elemental nivel físico.
Quizás comprender que el principio de compartir tiene una implicación mucho más profunda, puede darle una dimensión nueva a nuestra comprensión. Un aspecto del significado del compartir es el de participar, utilizar, experimentar o disfrutar con los otros sin ninguna implicación particular de propiedad, simplemente uso mutuo. No hay aquí ninguna sugerencia de caridad o de dar algo de nuestra pertenencia a otro, donde la gratitud está implicada, más bien existe la suposición de que todo lo que es compartido no es propiedad de alguien en particular sino que pertenece a todos.
Ningún dar ni recibir (simplemente compartir aquello que el planeta nos ofrece para el bienestar de toda la humanidad). Este es un concepto particularmente difícil de entender y aceptar debido al hábito de la propiedad que nosotros hemos establecido con firmeza. Cuando sea comprendido por los hombres y mujeres de amplio criterio de todo el mundo, que la meta del correcto compartir es el mayor paso hacia las correctas relaciones humanas, este aspecto de la vida será más concienzuda y atentamente estudiado.
Pitágoras, enseñando a sus discípulos la mejor forma de transmitir ciertos valores y principios elevados, explicó que la raíz de la justicia era “aquella a través de la cual todos los hombres podrían llamar a una misma cosa, mía y tuya”. Obviamente esto es posible mediante la influencia del alma, el “Alma Una”, es decir, a través de este punto de vista espiritual, de amplitud planetaria. Raramente se comprende que compartir es en esencia una manifestación de síntesis y el efecto natural de la justicia en su forma más clara.
Desde un punto de vista global, todos los recursos, todas las tierras y todos los esfuerzos y logros humanos pertenecen a la humanidad. Hablamos aquí de justicia desde un punto de vista realista e inclusivo. El nuevo orden mundial reconocerá que los productos del mundo, los recursos naturales del planeta y sus riquezas intelectuales no pertenecen a ninguna nación y deben ser compartidos por todos. Una próspera y correcta distribución organizada de los productos de la tierra y los tecnológicos, será desarrollada cuando la vida humana se base en la necesidad de cada nación y sobre sus propios recursos internos y en las necesidades de los pueblos, todo ello se logrará cuando se tome conciencia de la totalidad.
Las Naciones Unidas han instituido un plan para construir un stock de granos, para asegurarle al mundo el alimento necesario para tiempos de malas cosechas o de desastres naturales. El plan exhorta a ciento veintisiete países a que mantengan un mínimo de seguridad en los stocks de granos de acuerdo a sus circunstancias, para poder socorrer a las áreas golpeadas por emergencias. Cuando se establezca una red mundial de computación y sea puesto al servicio de la realización de un inventario de los recursos disponibles, veremos un uso más amoroso de la tecnología por parte de la humanidad. La ONU realiza planes similares en otros temas como la Ley de la Conferencia Oceánica sobre las Plataformas Marítimas, el Tratado Antártico, la utilización Pacífica del Espacio Exterior, más otros que están siendo desarrollados para la distribución y utilización de los recursos aún no reclamados.
Quizás el compartir como opuesto al dar y recibir pueda comprenderse con mayor claridad a la luz de un dicho Sufí que dice “un hombre posee solamente aquellas cosas que no pueden ser perdidas ni siquiera en un naufragio”. Esto elimina casi todo. El tomarlo en cuenta hace que cada uno deba volver a examinar el ejercicio y hasta la idea de la propiedad privada.
¿Cómo puede ser transformado, en forma práctica, el concepto de “aquellos que tienen y aquellos que no tienen” en uno más inclusivo e iluminado, el de compartir para el beneficio de todos?
La familia de naciones debe actuar considerando su responsabilidad para con el mundo uno, toda empresa nacional debe tener en cuenta su responsabilidad global. Los recursos de todo el planeta deben ser compartidos, al igual que la herencia cultural e intelectual de las naciones que pertenece a toda la humanidad y no son exclusivas de una nación. Este concepto no implica un estado mundial sino el desarrollo de una conciencia pública universal que conforma la unidad del todo. Ello incluye, por ejemplo, el apropiado desarrollo y el correcto gobierno de cada unidad nacional de modo que pueda realizar adecuadamente sus deberes internacionales y formar parte de una hermandad mundial de naciones. Cuando el sentido de seguridad nacional esté adecuadamente basado en las correctas relaciones y no en la fuerza, entonces será posible enfrentar este asunto con profundidad y coraje.
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Las viejas costumbres están tan profundamente inculcadas, tan poderosamente alineadas con los antiguos espejismos de codicia y temor, con la dualidad deseos contra necesidades, que es necesario realizar primero un acercamiento abstracto al tema para comenzar a clarificar, en forma personal, nuestro pensamiento.
Las actitudes de posesión comenzaron en el momento en que fuimos educados para compartir “nuestros” juguetes con otros niños. Se nos decía: “compartan sus juguetes”. Aún hoy es raro que se le enseñe a un niño que un juguete está solamente en su custodia para usarlo todo el tiempo que quiera. No es necesario que renuncie al juguete sino solamente es preciso enseñarle que renuncie a su deseo de posesión, a su apego a la idea de que es suyo y de que puede hacer con él lo que quiera, para siempre. Raramente se le enseña al niño la responsabilidad de “custodiar” las cosas como algo opuesto a poseerlas. Al educar a nuestros niños en la necesidad de compartir para una libre circulación de todas las cosas esenciales, hacemos un verdadero comienzo para establecer un nuevo orden de valores.
Fuente: Técnicas de buena voluntad