Había un joven que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa de clavos y le pidió que, cada vez que perdiera la paciencia, clavara un clavo detrás de la puerta de su habitación.
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El primer día, el joven clavó 37 clavos detrás de la puerta. Día tras día, a medida que aprendía a controlar su mal genio, tenía que recurrir a menos clavos.
Así, un buen día descubrió que era mucho más fácil controlar su ira e impulsividad, que seguir clavando clavos detrás de la puerta.
Cuando se lo comentó a su padre, este le sugirió una tarea diferente: sacar un clavo por cada día que logrará controlar su mal carácter.
Así lo hizo el joven, y los días pasaron, hasta que no quedaron más clavos en la puerta. Entonces su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta.
– Has trabajado duro, hijo mio, pero mira todos los agujeros que has dejado en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia, dejas en las personas cicatrices como las que ves. Insultar a alguien es fácil, reparar el daño mucho más difícil y, aún así, la cicatriz perdurará por siempre. Porque una ofensa verbal es tan dañina como la violencia física.
En aquel momento, el joven comprendió el verdadero alcance de las palabras.
Las palabras marcan nuestro cerebro, tanto como las acciones
No se trata de una simple fábula, la ciencia ha comprobado que las palabras tienen profundas repercusiones en nuestro cerebro, y que estas son más profundas de lo que sospechábamos.
Un estudio realizado en la Universidad Médica de Jena, en Alemania, desveló que las palabras relacionadas con el sufrimiento activan los circuitos del dolor en nuestro cerebro. Estos investigadores reclutaron a 16 personas y les pidieron que escucharan diferentes palabras, algunas de valencia positiva, neutra o negativa. Mientras tanto, escaneaban sus cerebros.
Así, pudieron apreciar que ante palabras como agotador, afligido, pellizco o aplastamiento, nuestro cerebro reacciona activando los circuitos neuronales relacionados con el dolor. En práctica, es casi como si estuviésemos viviendo esas experiencias.
Por eso, es importante que siempre estemos atentos a nuestras palabras, para que estas no se conviertan en clavos que dejan heridas.
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De la misma forma, debemos rodearnos de personas que dejen huellas, no cicatrices.
La diferencia entre dejar huellas y dejar cicatrices
Jorge Luis Borges decía: “Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada.”
Cada relación que establecemos siempre implica un intercambio, nos enriquece o nos lastima. Por eso, es importante cerciorarse de que elegimos a las personas adecuadas, personas especiales que sean capaces de dejar una huella positiva en nuestra vida.
De hecho, existe una enorme diferencia entre dejar huellas y dejar cicatrices. Las cicatrices son una señal de dolor, una herida que indica que se ha causado un daño. Las cicatrices son marcas que no elegimos tener, son el recuerdo constante de un hecho doloroso. Es cierto que nos pueden haber ayudado a crecer, pero a la fuerza.
Al contrario, las huellas son marcas que dejan los momentos placenteros que compartimos con personas especiales, son aprendizajes valiosos que nos permiten crecer sin traumas, de forma fluida. Hay personas que se esfuerzan por dejar su huella, ya sea a través de la dedicación, el amor o la generosidad. Estas personas son un apoyo y nos ayudan a reconstruirnos, enriqueciendo nuestro “yo”.
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Sin embargo, también hay personas tóxicas que, con sus actitudes y comportamientos, van dejando cicatrices a su paso. Estas personas adoptan una actitud egoísta, no controlan su impulsividad y terminan causando un gran sufrimiento. Si estás rodeado de personas así, es conveniente que te plantees limpiar tu entorno y ser más selectivo en tus relaciones.
Cuando elijas a las personas que te van a acompañar a lo largo de la vida, recuerda que no basta con que no te lastimen físicamente, hay heridas mucho más profundas que son causadas por las palabras. Rodéate de personas positivas, gente que sume y que se preocupe por dejar huellas, que puedan darle un sentido más amplio a tu vida.
Porque en la vida, no se trata simplemente de dar pasos, sino de dejar huellas perdurables en el otro. Y porque en muchos casos, la manera de dar, vale mucho más que lo que se da.
Haz tuyos los versos de Dulce María Loinaz: “Si he de bajar hasta la entraña de tu tierra a buscar el diamante que he soñado, guarda el diamante tú, que no lo cambio por mis sueños. De sueños resoñados pude vivir hasta ahora; de diamante ofrecido con desgano, yo no podría vivir un solo día.”
Y, por supuesto, compórtate de la misma manera: asegúrate de dejar huellas en los demás, no causes heridas que dejarán cicatrices.
Fuente: Richter, M. et. Al. (2010) Do words hurt? Brain activation during the processing of pain-related words. Pain; 148: 198–205.
Los articulos compartidos por ustedes son de excelente calidad, me han ayudado a crecer en conciencia y a acercarme un poco más a el conocimiento de mi misma.
Muchas gracias.
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