Preocuparse es como una mecedora: te da algo que hacer pero no te lleva a ninguna parte

Reflexión:

“Un hombre puso un pequeño restaurante al borde del camino. Como su comida era buena y él era muy alegre todo el que pasaba por ahí se detenía a comer algo.

Con el tiempo su hijo creció y lo mandó a estudiar a la universidad, mientras él continuaba atendiendo su exitoso restaurante atestado de clientes y turistas. Todo marchaba muy bien hasta que su hijo recién graduado de economista vino a visitarlo y le advirtió:

-Viejo, tú vives ajeno a lo que pasa en el mundo, todo está en crisis. La situación económica del país es cada vez peor, poco a poco tu clientela decaerá y tendrás que cerrar, de modo que como experto en economía te recomiendo que empieces a reducir tus gastos y que no inviertas más hasta que la situación del país mejore.

El padre preocupado hizo caso a su hijo y empezó a recortar gastos. Abría su negocio más tarde y cerraba más temprano, despidió algunos de sus empleados, compró alimentos de inferior calidad, la comida ya no era la de antes, y lo peor de todo fue que perdió su alegría y salud de tanto preocuparse.

Sólo hablaba con sus clientes de las malas noticias que veía en la TV que le compró su hijo. Pronto ahuyentó su clientela, ya nadie entraba a su restaurante y el viejo se lamentaba y decía: ‘¡Qué sabio es mi hijo, todo está en crisis… él tenía toda la razón!’”.

La infelicidad tiene sus padrinos. No hay nada más negativo que los sentimientos de egoísmo, culpabilidad, rigidez, apatía, deslealtad y desconfianza, pero hay uno que nos desgasta mucho más, sobre todo en estos tiempos de cambio e inestabilidad: la preocupación.

¡No pierdas el entusiasmo!

Hace unos años el esposo de una buena amiga comenzó a preocuparse, pues temía que su compañía se viniera abajo y no dispusiera de los recursos para pagarle a sus empleados. Empezó a despertarse en la madrugada, a dejar de sonreír y a perder su entusiasmo. Una nube negra se posó sobre él haciéndole perder ese positivismo que siempre lo había caracterizado.

Todo se volvió negro para él y esperaba el desastre inminente. Sin embargo, después de varios meses no pasó nada malo: la empresa no quebró, siguió adelante. El pudo mantener a su familia y actualmente sigue trabajando en la compañía.

¡Toda su inquietud fue en vano!

Lo mismo sucede con la mayoría de las imágenes negativas que se crean en la mente y que alimentan nuestros temores e inseguridades, nos hacen perder la tranquilidad y hasta se convierten en la causa del fracaso en un momento dado. La mayoría de las veces lo que nos preocupa nunca sucede, pero si lo permitimos nos desgasta emocionalmente y nos roba la posibilidad de vivir con felicidad. El esposo de mi amiga aprendió, por experiencia propia, lo inútil que es preocuparse y desde entonces adoptó la actitud de afrontar la vida con más optimismo y serenidad.

Todos sentimos temores y preocupaciones innecesarias que nos atormentan: la posibilidad de morir de una enfermedad incurable, un accidente de avión, perder nuestro trabajo, una guerra nuclear, un terremoto, las cuentas por pagar, o, simplemente, arreglar los papeles que siguen pendientes encima de nuestro escritorio. Podemos pasarnos el resto de nuestras vidas preocupados y angustiados por lo que imaginamos que sucederá, pero lejos de mejorar las cosas acabaremos con nuestra tranquilidad y la eficacia que necesitamos en la actividad diaria, pues la preocupación sólo nos paraliza.

Para soltar las preocupaciones

El mejor antíodoto es la acción. No pienses tanto, atrévete a enfrentar con valentía la situación que te preocupa; ésta es la mejor manera para minimizar el temor.

¿Qué es lo peor que puede ocurrir?

Piénsalo, asúmelo y resuélvelo mentalmente. Recuerda la oración de San Francisco de Asís: “Si está en tus manos hacer algo para solucionarlo ponte a trabajar inmediatamente, y si no puedes hacer nada, acéptalo y suéltalo”


¡Suelta el pasado, deja de preocuparte por el futuro, vive el presente, la vida es maravillosa y todo va a estar bien!

 

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