Espíritu

 Cuando logramos vernos a nosotros mismos como espíritu, cesa nuestra identificación con este cuerpo y con esta mente. Al mismo tiempo, se diluyen y extinguen los conceptos de nacimiento y muerte.

Somos una célula en el cuerpo del Universo; y este cuerpo cósmico será tan íntimo para nosotros como ahora lo es nuestro propio cuerpo físico.

Se comprende entonces que el nacimiento es meramente la idea de que «tengo este cuerpo»; y la muerte no es más que la de «ya no tengo este cuerpo». Al no estar ya sometidos a la ilusión del nacimiento, cualquier cuerpo que asumamos lo veremos como una pauta de energía; y cualquier mente, como una pauta de información. Estas pautas cambian siempre: vienen y se van. Pero nosotros mismos estaremos más allá del cambio.

El espíritu nace del silencio puro.

 Cuando se cita al espíritu, se apunta hacia un mundo invisible. De él salen volando hacia nosotros flechas de luz que encienden nuestra alma, pero nosotros no podemos responder lanzando flechas de pensamiento.

Una rosa sería misteriosa si sólo pudiéramos pensar en ella, sin experimentarla nunca.

El espíritu es una experiencia directa que transciende este mundo. Es silencio puro y rebosante de potencial infinito.

Cuando adquirimos conocimiento de cualquier otra cosa, adquirimos conocimiento de algo; cuando adquirimos conocimiento del espíritu, nos convertimos en el conocimiento mismo.

Todos los interrogantes cesan porque nos encontramos en el centro mismo de la realidad, donde todo, sencillamente, es.

El dialogo interior de la mente debe concluir y no volver a empezar jamás, porque lo que dio origen al diálogo interno, la fragmentación del yo, ya no está presente. Nuestro cuerpo será yo unificado y, al igual que el bebé que fue nuestro principio, no sentiremos ninguna duda, vergüenza ni culpa. La necesidad de dualidad del ego dio por resultado un mundo de bien y mal, correcto y equivocado, luz y sombra. Ahora veremos que estos antónimos se funden. Tal es la perspectiva de Dios, porque en todas las direcciones hacia las que mira sólo se ve a Sí Mismo.

El espíritu es un grado de consciencia que podemos denominar <>. Y nos impulsa sucesivamente hacia tres etapas o estadios de conciencia:

Estadio de «conciencia cósmica», en la que «experimentamos milagros»: Todo acontecimiento material tendrá una causa espiritual; todo suceso local tendrá lugar también en el escenario del Universo. Nuestro menor deseo hará que las fuerzas cósmicas causen su realización. Por maravilloso que parezca, no es un estado tan avanzado, pues mucho antes de que alcancemos este estadio de conciencia estaremos acostumbrados a que nuestros deseos se realicen espontáneamente.

Estadio de «conciencia divina», en la que «obramos milagros»: Es el estado de la creatividad pura, en el cual nos fundimos con el poder de Dios, por medio del cual Dios crea mundos y todo lo que acontece en ellos. Este poder no procede de nada que Dios haga; sencillamente, es su luz de la consciencia. Como un resplandor vivo, veremos la consciencia divina brillando a través de todo lo que nuestros ojos contemplen. El mundo pasa a estar iluminado desde dentro y no cabe ninguna duda de que la materia es simplemente espíritu hecho manifiesto. En la divina consciencia nos veremos a nosotros mismos como creador, en vez de lo que ha sido creado -como el que da la vida, en lugar del que la recibe-.

Estadio de «conciencia de la Unidad», en el que «nos convertimos en el milagro»: Desaparece cualquier distinción entre el creador y lo que es creado; Creador y Creación se unifican de manera indisoluble, sin que el uno pueda ser sin el otro. El Espíritu que hay en nosotros se funde por completo con el Espíritu que hay en todo lo demás. Nuestro retorno a la inocencia lo abarca todo, porque, al igual que el bebé que toca la cuna sólo se siente a sí mismo, veremos toda acción como espíritu entrando en espíritu.

Viviremos inmersos en un conocimiento y confianza completos. Y, aunque parecerá que todavía residimos en un cuerpo, será sólo un grano de Ser en las costas del infinito océano del Ser que somos nosotros mismos: Creador y Creación; Creación y Creador.

Fuente: Buscadores – Emilio Carrillo


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