El Principio de Unidad

La unidad existe. La vida es una. Esparcidos a través de todas las épocas, los grandes intuitivos han dado testimonio, en repetidas oportunidades, de la unidad que subyace en la diversidad de formas. En el presente, los descubrimientos científicos están revelando rápidamente la unidad que abarca a toda la vida. Con el gozo y la seguridad de este conocimiento los hombres y mujeres de buena voluntad pueden salir a curar todas las divisiones.

“Debajo del cielo, una familia”, dijo Confucio. Hoy, a través de la investigación de la interacción de las diferentes formas de vida, la ciencia ha determinado que hay una cadena de vida extendiéndose desde el más diminuto protozoario hasta el hombre. La cadena de la vida está compuesta de interdependencias e interrelaciones, lo que se denomina ecosistemas; la satisfacción de las necesidades egoístas del hombre pueden interferir y destruir el delicado equilibrio de la naturaleza.

Sócrates dijo, “cuando a ti se te pregunte de qué país eres, nunca contestes ‘soy ateniense, o soy corintio’, sino di ‘soy ciudadano del mundo’”. Hoy, las naciones persisten en la creencia de que sus intereses nacionales son distintos de la humanidad una y que la satisfacción de esos intereses nacionales es más importante que cualquier injusticia que pueda resultar de dicha acción nacionalista en perjuicio de la humanidad. Ciertamente, se piensa que la gente de una nación es diferente al resto de la humanidad y que la unidad individual es más importante que el todo.

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Las naciones luchan por la superioridad militar, la ventaja política y la satisfacción de la ambición financiera, manteniendo como un desafío su separatividad; en tanto los genetistas han demostrado científicamente que no existen diferencias genéticas entre los pueblos sino una humanidad. La diversidad de las razas no se debe a diferencias genéticas. Todas las razas y los pueblos comparten una base genética común y lo que determina las diferencias en la apariencia física es simplemente la mayor frecuencia de concurrencia de ciertos genes, pero esos genes son compartidos por toda la humanidad. La misma selección natural del entorno causa la mayor frecuencia o aparición de genes, del mismo modo en que el entorno crea diferentes culturas.

El estudio científico de la genética ha provisto de una base fáctica para el reconocimiento de la hermandad del hombre, apoyando la afirmación de San Pablo: “Dios ha hecho de una sangre todas las naciones”. Pablo afirmó la unidad de la vida como “el uno en quien vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser”. La física nuclear ha reducido todas las formas de vida a una esencia que penetra todo el universo: la energía. Además, recientes avances en el campo de la psicología han revelado que durante una percepción elevada de la realidad en una “experiencia cumbre”, este mundo, no otro, es visto como una intrínseca unidad. No obstante, los hombres siguen marcando sus diferencias más que sus similitudes. Ellos se rehúsan a subordinar sus deseos egoístas individuales al bien de una totalidad mayor. Tal egoísmo, ya sea nacional, racial, político, económico, religioso o individual, se basa en la “Gran herejía de la separatividad”. La separatividad está determinada por la creencia de que el hombre es por naturaleza un ser aislado, independiente de la totalidad mayor (no existente), por lo tanto, no tiene ninguna responsabilidad para esta totalidad.

En palabras de Barbara Ward en su libroSólo una Tierra: “Lo asombroso acerca de nuestra profunda comprensión de la realidad durante las últimas cuatro décadas, es el grado en el que confirma y refuerza muchas de las viejas visiones morales del hombre. Los filósofos nos dijeron que éramos uno, y una parte de la unidad mayor que trasciende nuestras necesidades y asuntos locales. Nos dijeron que toda cosa viviente está sostenida en la más intrincada red de interdependencia y que la agresión y la violencia están, ciegamente, destruyendo las delicadas relaciones de la existencia, llevándonos a la destrucción y la muerte. Estas fueron, si se quiere, intuiciones importantes, obtenidas del estudio de la conducta y de las sociedades humanas. Lo que nosotros vemos ahora es que son descripciones precisas de la manera en la cual nuestro universo trabaja verdaderamente.”

Tanto la ignorancia como el conocimiento han ayudado a dividir al hombre contra el hombre y a las naciones contra las naciones; por una parte el hombre no puede sino aceptar la vasta diversidad de las apariencias, costumbres, culturas y civilizaciones, es casi inevitable que donde no existe una profunda comprensión, tal diversidad conduciría a la separatividad. No obstante, en cierto punto de la evolución del ser humano, el egoísmo es una expresión natural. Con todo, tal y como la conciencia de la humanidad se ha expandido desde la familia hasta la tribu, a la comunidad y a la nación con una inclusividad siempre creciente, si la humanidad va a sobrevivir esta era presente, es imperativo que su conciencia sea expandida de lo nacional a lo planetario: la humanidad una. La humanidad enfrenta hoy problemas globales, crisis que una sola nación no puede resolver. Además, el poder otorgado ahora al hombre, a través de la ciencia y de la tecnología, aumentan los peligros inherentes al egoísmo y a la separatividad hasta el punto que la humanidad puede ser destruida por su propia falta de integridad.

Lo que se necesita es el reconocimiento de la humanidad una, de la unidad en la diversidad. Debe tomarse conciencia de que la totalidad de la familia humana es una unidad de mayor importancia espiritual que cualquiera de sus partes. Si ampliamos nuestra capacidad de observación veremos solamente a la humanidad una y no las superficiales y transitorias identidades nacionales. Del mismo modo, podemos aprender a pensar en términos de la humanidad una, trascendiendo la múltiple diversidad. También es constructivo considerar lo bueno que puede dar la diversidad, ese aporte original y único que cada parte puede ofrecer para el mayor bien de la totalidad.

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La separatividad y el egoísmo son los radicales impedimentos para el desarrollo del nuevo orden planetario y deben ser trasmutados. Para promover el nuevo orden mundial es necesario pensar y actuar en términos de la humanidad una. En cada nivel el individuo o la comunidad de naciones deben subordinar sus intereses para el mayor bien de la totalidad.

El individuo puede contribuir a la emergencia de la unidad mundial observando su propia vida y considerar si actúa de un modo separatista. Promoviendo su propio reconocimiento de la unidad y practicando los valores de la cooperación, el compartir, la responsabilidad y el servicio al bien común, logrará que su separatividad sea trasmutada en inclusividad.

¿Somos inofensivos como individuos en nuestra expresión mental, emocional y física? La inofensividad no es una actitud negativa y pasiva. Es una forma de vida activa, por medio de la cual la ley del amor es expresada en forma positiva. Como individuos podemos también ayudar a crear la correcta atmósfera para la emergencia de la humanidad una, a través del uso del poder del pensamiento en el servicio mundial utilizando diariamente el Mántram de Unificación:

Los hijos de los hombres son uno y yo soy uno con ellos.
Trato de amar y no odiar;
Trato de servir y no exigir servicio;
Trato de curar y no herir.

Que el dolor traiga la debida recompensa de luz y amor.
Que el alma controle la forma externa,
La vida y todos los acontecimientos,
Y traiga a la luz el Amor
Que subyace en todo cuanto ocurre en esta época.

Que venga la visión y la percepción interna.
Que el porvenir sea revelado.
Que la unión interna sea demostrada.
Que cesen las divisiones externas.
Que prevalezca el amor.
Que todos los hombres amen.

Y uno puede también rehusarse a cooperar o en dar energía a cualquier manifestación de separatividad, ya sea a nivel mental, emocional o físico. Por otro lado, uno puede alentar activamente aquéllas actividades que son caracterizadas por los valores espirituales. Pensamiento, aspiración, tiempo y dinero son todas contribuciones que las personas de buena voluntad pueden dedicar al servicio del bien general.

Cada día, en las noticias, hay un “collage” de imágenes que demuestra cómo el egoísmo y la separatividad socavan el gran todo desde la comunidad local hasta la internacional. Pueden ser los intereses egoístas de dos naciones los cua­les puedan en el despertar de sus conflictos, aniquilar a toda la humanidad. Puede ser el conflicto entre el trabajador y el capitalista, los cuales en la búsqueda de satisfacción de sus propias ambiciones financieras, destruyan la estabilidad de la propia comunidad que ellos sirven.

Búsquese la causa del problema y será inevitablemente alguna forma de separatividad y egoísmo.

La unidad y la paz y la seguridad vendrán a través del reconocimiento (inteligentemente logrado) del mal que ha llevado a la presente situación mundial, y luego a través de dar aquellos sabios pasos, apasionados y comprensivos los cuales llevarán a establecer las rectas relaciones humanas, a sustituir el presente sistema de competencia por uno de colaboración, a la educación de las masas en cada lugar de la tierra, y a establecer la buena voluntad y su potencia aún no utilizada.

Es esencial que la humanidad reconozca su unidad e interdependencia. Los hombres y mujeres de buena voluntad que permiten la expresión de esta realidad en sus vidas diarias pueden ser el factor decisivo en el nacimiento de la huma­nidad una.

Entonces, las bases para el nuevo orden planetario serán establecidas, y nosotros cantaremos con Séller: “Alégrate, divina chispa de Dios… Tu magia u­nió lo que las costumbres han rigurosamente separado, Todos los hombres serán hermanos, donde tus alas descansen.”

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Fuente: Técnicas de buena voluntad


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